Se venden pisos a precio de coste. El objetivo es vender a tiempo antes de que la máquina de la construcción se pare del todo. Y lo peor llegará después de las elecciones.
Carteles enormes, a pocos metros de la autovía, lanzan un mensaje desesperado: “Se venden pisos a precio de coste”. Al menos tres con el mismo mensaje se pueden leer en el trayecto de la autopista A-6 en su recorrido por la provincia de Burgos. Y no menos estremecedor es el ritmo al que se trabaja en una promoción de una población como Colmenar Viejo –al norte de Madrid- para levantar en tiempo récord una gran urbanización. El objetivo es llegar tiempo, vender a tiempo, incluso sin margen, antes de que la máquina se pare del todo.
Mientras algunos todavía hablan de la demanda embalsada –una expresión horrorosa, por cierto- que salvará al sector a medio plazo por que la demanda no puede desaparecer de un día para otro, otros no se andan con chiquitas y reconocen –como Metrovacesa el lunes-, que lo peor puede estar por venir. Se rompen preacuerdos de compra que destejan la red de seguridad que el boom de antes de ayer había dado a las promotoras y, sobre todo, se extiende la sensación entre la ciudadanía de que esto no ha hecho más que empezar.
Dicho de otra manera, que si hace apenas un año el grito de guerra era el de “tonto el que no compre”, ahora el estribillo más coreado es el de “hay que estar loco para comprar un casa”. Quien necesita una casa está tirando del manual de Job, el santo de la paciencia; y quien tiene liquidez y ninguna prisa sabe que tiene la sartén por el mango. Tras años de venta sobre plano, de precios cerrados –y escandalosos- y de “esto es lo que hay”, ahora toca negociar y seducir al potencial comprador. En otras palabras, de trabajar para colocar el producto.
Otros promotores no se van a tomar esa molestia. Los hay –los pequeñitos que han salvado los muebles- que han decidido paralizar sine die sus promociones y han cambiado el rótulo de la oficina. Ahora venden jamones o viajes al Caribe. Son los tiempos que corren, la demostración de que del cielo al infierno hay sólo un pasito.
Otros, los grandes inmobiliarios del país, se preparan para sudar la gota gorda. Ya no tienen excusa para, cuanto antes, reformular sus previsiones de ventas y beneficios y reconocer, blanco sobre negro y no de viva voz, hasta qué punto la crisis es real. La fuente se ha secado y los que creían que el impacto de la crisis crediticia sería cosa del primer semestre ya reconocen que el problema va para largo. Queda un 2008 dantesco para la gran mayoría. La escabechina, no lo duden, empezará después de las elecciones. Al tiempo.
Enrique Utrera
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