martes, 19 de mayo de 2009

¡Qué quiebren las inmobiliarias!

Los promotores inmobiliarios, por lo visto, deben creerse que son una casta especial dentro del empresariado español para quienes no sirven las reglas de juego que se aplican en los demás sectores, por lo que quieren un trato especial. Según su visión, mientras en este país el año pasado desapareció la friolera de 100.400 empresas, a ellos, que han amasado fortunas astronómicas gracias a la intervención pública sobre el suelo, y en más de un caso también debido a la corrupción que la propia intervención propicia, ahora hay que salvarles de la quema.

Decepcionados en parte con las medidas que presentó Zapatero la semana pasada en el transcurso del Debate sobre el estado de la Nación, ahora amenazan a la banca con hacerles un agujero muy importante si no les ayudan. Pues bien, lo que habría que hacer es dejar a las inmobiliarias que quiebren para que purguen de una vez por todas los excesos que han cometido, que han llevado a la economía española a la situación en la que se encuentra actualmente.

Cada vez que los promotores hablan de quiebra me pregunto, bueno, si todas las empresas tienen reservas para afrontar los tiempos difíciles, ¿qué han hecho las constructoras con las suyas? Es más, si las inmobiliarias tienen tantos problemas, ¿por qué sus propietarios no se rascan el bolsillo, que lo tienen bien lleno después de tanto como han ganado durante la burbuja del sector, y recapitalizan sus compañías?

Esta es una de las grandes preguntas en torno a la crisis de la vivienda que permanecen sin respuesta... sin respuesta por parte de los promotores, por supuesto. Porque, desde luego, ninguno de ellos se va a morir de hambre ni va a vivir el resto de sus días en la indigencia, porque para eso han amasado sus fortunas comprando suelo, reteniéndolo varios años para que su precio subiera y después construyendo y vendiendo con márgenes de beneficio que superaban en muchos casos el 100% de todos los gastos.

Cuántas veces hemos visto cómo por cada dos pisos que se vendían, uno entero era todo beneficio para la inmobiliaria. Esos márgenes son impropios de una economía de mercado y sólo se producen donde la intervención pública restringe la oferta y provoca subidas artificiales de los precios, que en la crisis española, además, vinieron espoleadas por la política de dinero barato del Banco Central Europeo.

El resultado de todo ello fue que el precio de la vivienda se multiplicó por tres entre 1997 y 2007 mientras que los costes apenas crecieron, en conjunto, en torno al 30%. Esa diferencia entre precios y costes fue ganancia pura y dura de los promotores, a costa de que los españoles se endeudaran hasta las cejas con hipotecas que ahora muchos de ellos a duras penas pueden pagar. Entonces, ¿por qué no se encargan ahora ellos mismos de recapitalizar sus empresas, como harían y hacen otros muchos empresarios, en lugar de andar por un lado y por otro buscando quién les saque las castañas del fuego?

Lo mismo cabe decir respecto de los precios de la vivienda. Los promotores tratan por todos los medios de impedir que éste caiga para no perder dinero, negándose a entender que a lo largo de la vida de las empresas hay ocasiones en que se producen este tipo de situaciones. Por lo visto, ellos lo único que quieren es ganar siempre, y cuanto más mejor.

Sin embargo, no se dan cuenta de algunas cosas. Por ejemplo, que las familias no pueden afrontar precios de las casas nueve veces y media superiores a sus ingresos anuales –la relación óptima es de tres veces– porque les endeuda de por vida y sin capacidad de reacción cuando vienen mal dadas, como ocurre en estos momentos. Por ello ahora hay tantas resistencias a meterse en la adquisición de un piso a precios tan disparatados, porque los españoles, aunque con mucho dolor y sufrimiento, están aprendiendo la lección. Los promotores, en cambio, no.

Se resisten a asumir esas pérdidas y en lugar de hacer lo mismo que están haciendo los bancos y cajas de ahorros con los pisos embargados, esto es, ponerlos en el mercado con importantes descuentos, ellos quieren venderlos poco menos que a los precios de los momentos álgidos de la burbuja para no tener que asumir pérdidas.

Ahora bien, ellos, que argumentan que el sector debe volver a ser uno de los motores del crecimiento económico, se niegan a comprender que para que eso pueda tener lugar, los precios deben caer hasta volver a alcanzar esa relación de tres veces los ingresos anuales de una familia. Sólo así empezarán de nuevo a venderse pisos, porque en las circunstancias económicas actuales nadie se va a hipotecar hasta el cuello durante treinta años. Cuando los promotores entiendan y acepten esto, el sector empezará a remontar y, con él, la economía. Cuando lo hagan dependerá en cierto modo de ellos porque si siguen resistiéndose a bajar los precios, al final será la propia realidad quien lo imponga y de forma mucho más dura.

Así que, quien no esté dispuesto a rebajarlos y asumir pérdidas, a recapitalizar su empresa si hace falta, mejor que quiebre ya para que esos pisos y ese suelo que retiene salgan al mercado libre a los precios a los que deben salir. Por cierto, en esas amenazas acerca del agujero que pueden provocar a la banca deben tener en cuenta que la nueva ley concursal incluye la figura del empresario en quiebra, al que no se le permite volver a meterse en negocios mientras no liquide todas las deudas pendientes. Y muchos de ellos están metidos en otros sectores y otro tipo de actividades, además de la inmobiliaria. Así que menos lobos, caperucita.

Emilio J. González - Libertad Digital

1 comentario:

Atila dijo...

La construcción es un sector incompetente y que tiene todos los vicios.
Intervenir para salvar a los causantes de todos los males es estúpido y rastrero.
Que pagen las consecuencias de su anticompetencia, como cualquier otro.

No les necesitamos; asociaciones ciudadanas de construción es la respuesta al problema, pero para ello los ayuntamientos tendrían que desaliarse con los promotores profesionales que les dan sus enormes beneficios que van al bolsillo de los alcaldes corruptos.