lunes, 4 de febrero de 2008

La España del 2020

La España del 2020 es la heredera de los “años locos” aquella primera década del siglo XXI en la que un país al completo se volcó en el culto al ladrillo como máxima expresión de riqueza y progreso.

Miles de zulitos de hormigón salpicaron el paisaje hispano modificando la geografía social y física del territorio para siempre. Los “adosaos” invadieron las huertas y desplazaron a los cultivos, creando nuevas extensiones urbanas que fueron acorralando poco a poco a las actividades agrícola-ganaderas en escasas reservas.

Hacia 2008 el modelo comenzó a mostrar síntomas de agotamiento. Las tres industrias principales que significaban en grueso de la actividad económica: ladrillo, turismo y automóvil estaban en retroceso y el consumo interno estaba seriamente tocado.

En un primer momento, la crisis económica pareció ser “administrable” pero cuando finalmente el banco central Europeo demandó el pago de la deuda interbancaria española por parte de bancos y cajas, el gobierno tuvo que reconocer la incapacidad del país de atender las obligaciones y tuvo lugar el “Corralete español”.

Por decreto se devolvió a la circulación a la peseta, que convivía con el Euro de manera extraoficial. Oficialmente estábamos expulsados del Euro y la moneda nacional volvía a ser la peseta, pero a nivel practico en cualquier sitio se admitía el pago con Euros según la tarifa de cambio oficial, cuando no la vigente en el mercado negro.

La reimplantación de la peseta había traído consigo un nuevo tipo de cambio respecto del Euro, de tal forma que salarios, precios, ahorros y deudas habían sido re-denominados en pesetas. Con esta medida se pretendía devolver una cierta capacidad de devaluación para poder mejorar la balanza de pagos exterior española, una de las más desequilibradas del mundo. Sin embargo, a pesar de la medida, la capacidad exportadora española no compensaba el crónico desequilibrio. Las materias primas habían continuado subiendo de precio conjuntamente con la energía y los manufacturados españoles no podían competir con los productos asiáticos que inundaban los mercados.

El modelo económico español hasta la primera década del siglo XXI había cubierto esta diferencia entre lo que importa y lo que exporta, gracias el turismo y sobretodo a la entrada en España de financiación exterior, es decir créditos concedidos por instituciones bancarias extranjeras, pero desde 2007 la cantidad de dinero que entraba no llegaba a cubrir ni el 10% de lo requerido. http://www.cotizalia.com/cache/2008/..._f ondos.html

Las empresas españolas tenían grandes dificultadas para adquirir materiales en el exterior y una oleada de quiebras incrementó el paro hasta niveles ingobernables.

Las tensiones sociales e inseguridad reinante sólo contribuyan a agravar las tensiones y espantar el poco turismo que podía permitirse viajar.

En efecto; el elevado paro y la precariedad laboral crónica habían puesto en la calle a una elevada masa de población, que conjuntamente con la inmigración desarraigada, no encontraban medios de subsistencia estables.

Debido a la falta de divisas, la importación de combustibles había disparado su precio y las faraónicas infraestructuras viarias de los “años locos” aparecían ahora casi desiertas de coches. Las tarjetas de crédito y de compra de combustibles se habían convertido en la práctica en tarjetas de racionamiento que sólo permitían un cierto nivel de gasto mensual por titular. Excederse en los gastos de un mes podía significar el pago de grandes comisiones que se restaban al mes siguiente o incluso el bloqueo de la tarjeta.

La gente sólo cogía el coche por alguna emergencia y la mayoría de los desplazamientos cotidianos se realizaba en el carísimo, precario y saturado sistema de transportes públicos.

Había muy poco dinero físico circulante en la calle ya que la mayoría de los pagos mediante la nueva peseta sólo podían realizarse mediante la tarjeta electrónica y todos los establecimientos de venta estaban obligados a realizar sus operaciones a cargo de dicha tarjeta. El mercado negro florecía, pero funcionaba casi exclusivamente en Euros que pocos podían permitirse.

A nadie se le ocurría dejar gasolina en el tanque, si dejabas el coche aparcado en la calle. La gente instalaba grifos de fondo protegidos por un candado para poder recuperar el preciado liquido y se lo llevaban a sus casas para conservarlo o incluso cocinar.

La electricidad se había vuelto tan cara que encender una vitrocerámica varios días al mes podía vaciar tu cuenta de la tarjeta. El gas también se había puesto carísimo y era demasiado difícil conseguirlo en el mercado negro, de modo que la gente recurrió a unos hornillos de gasolina fabricados en chapa metálica reciclada, cuyos quemadores impregnaban de un característico olor el ambiente de los bloques de zulitos de las áreas urbanas.

El coste de la alimentación sufrió un incremento bestial, primeramente impulsado por la especulación pura, asociada la dedicación de mas hectáreas a la producción de biocombustibles, que terminó arruinando a muchos productores ganaderos, pero luego fue la producción agrícola la que se enfrentó a graves carencias de agua, altos precios de los fertilizantes y dificultades para la distribución. Los agricultores habían reducido su nivel de producción a mínimos de subsistencia. Nadie se arriesgaba a invertir en semilla y laboreo para luego encontrarse con que la cosecha era arruinada por una sequía, o porque la producción no podía transportarse hasta los centros de consumo y por lo tanto cobrar. La distribución de alimentos estaba férreamente controlada por la administración, mediante el sistema de pagos por tarjeta electrónica en establecimientos detallista autorizados y controles de acceso en las redes viarias que suministraban a las ciudades.

Los ayuntamientos eran responsables del cobro directo de los impuestos estatales sobre cualquier mercancía que entrase en su término municipal. Estos impuestos se repartían luego entre las diferentes administraciones estatal y local. A tal efecto se habían creado los “fielatos” unas zonas de inspección donde todo vehiculo o transeúnte tenia que declarar su carga y pagar bien en Euros o con la nueva peseta electrónica.

En los ayuntamientos pequeños, los controles eran más bien laxos, pero los grandes ayuntamientos perseguían con avidez cualquier posible fuente de financiación y sólo era posible ablandar estas rigideces mediante en consiguiente soborno en Euros a los funcionarios de turno.

Una vez satisfecho el fielato, las mercancías podían acceder “libremente” tanto al mercado negro como al mercado oficial. El mercado oficial consistía en las tiendas autorizadas provistas de Terminal para el cobro a cargo de tarjeta electrónica. El mercado negro evidentemente funcionaba casi exclusivamente en Euros.

Manuel vivía en un típico piso construido durante los “años locos” Era un zulito de 50 metros cuadrados en un bloque de 5 plantas de barrio periférico en la gran ciudad.

Manual trabajaba oficialmente como mecánico en un taller que reparaba camiones para la cooperativa de transportistas. Extraoficialmente, manual regentaba una red de recuperación de repuestos en el mercado negro. Con su sueldo oficial casi llegaba a fin de mes, permitiéndose pagar hasta 3 horas de servicio de electricidad al día, mientras que sus ganancias en euros provenientes del mercado negro eran cuidadosamente atesoradas en un secreto lugar del zulito que compartía con su mujer.

Manuel podía considerarse afortunado. Su nómina en nuevas pesetas ingresada en la cuenta de la tarjeta le permitían comer todos los días del mes e incluso pagar por 3 horas de electricidad, cuando la mayoría de vecinos de su bloque sólo accedían a una hora de electricidad. Ello era posible porque Manuel cocinaba con gasoil que “recuperaba” de los camiones en su trabajo. Sus amigos solían reunirse en el zulito los viernes por la tarde para aprovechar las dos horas extra de electricidad viendo la “triple champions liga” que la única cadena de televisión sobreviviente ofrecía para todo el país. Este entretenimiento era el único pasatiempo seguro para las horas de oscuridad.

Mirando por la ventana del zulito de Manuel se veían muy pocos pisos iluminados y sólo unas pocas farolas públicas en cada calle. La noche era de las sombras, los contrabandistas y los recuperadores. Manuel abrió la ventana para renovar el viciado aire del zulito con olor a gasoil y aceite usado que emanaba del hornillo donde calentaban la cena. A sus 45 años, su status como privilegiado asalariado provenía de su especial habilidad para canibalizar camiones cuyos repuestos ya no se conseguían y para “trampear” motores; es decir, suprimirles los controladores electrónicos a fin de que pudiesen quemar aceites remezclados con el gasoil, lo cual permitía a la cooperativa hacer mas kilómetros con los mismos camiones y la cuota de combustible asignada.

Mientras se asomaba por la ventana, Manuel trató de imaginar por donde andaría su único hijo entre la negrura de la noche. Manuel tenia un hijo veinteañero de su anterior matrimonio que vivía esporádicamente con ellos en el zulito. José Luís no tenia trabajo ni tarjeta electrónica ni posibilidad de acceder a las nuevas pesetas. Desilusionado por las expectativas, había dejado de estudiar al cumplir los 18 así que tampoco tenia derecho a comer gratis en el comedor de la juventud. Manuel sabía que su hijo frecuentaba una banda de recuperadores que Vivian de los robos de cobre y baterías, pero esta noche era viernes y tocaba luna nueva. José Luís y su banda habían planeado robar paneles fotovoltaicos de una huerta solar en las afueras. Los robos de paneles solares estaban fuertemente perseguidos y una vez al mes un helicóptero de las fuerzas del orden sobrevolaba la ciudad para detectar los paneles robados que se instalaban en las azoteas de algunos bloques de zulitos. Los vecinos se apresuraban entonces para cubrir con lonas los inconfundibles paneles que frecuentemente eran el único suministro eléctrico con que contaban los “desenchufados”; aquellos a los que no les alcanzaba el saldo de la tarjeta o que simplemente no disponían de ingreso alguno.

Manuel pensó en su hijo y por un momento se enfureció al considerar las expectativas que le aguardaban en la ciudad. Hacia años, su anterior mujer les había propuesto emigrar al campo, volver a la tierra pero Manuel se negó a torcer sus expectativas profesionales y su hijo se quedó con El.

Ahora lamentaba amargamente aquella decisión que condenaba a su único hijo a un futuro incierto y un presente precario.

Manuel oyó que tocaban en la puerta y cerró la ventana para recibir a sus amigotes.

Encendieron la televisión en espera del gran partido, mientras aún las noticias anunciaban los grandes éxitos económicos del nuevo gobierno de coalición nacional, una amalgama política de izquierda, derecha, banqueros y empresarios que se presentaba como el “gobierno de salvación nacional”

La inflación está “controlada”, decían y el precio del agua no continuará subiendo si se cumplen las predicciones climatologicas de una primavera lluviosa. Por otra parte, Rusia accedería a prolongar el plazo para el pago de los intereses de la deuda a España para la compra de petróleo a cambio de las últimas 20 toneladas de oro de la reserva del banco de España.

Agua y alimentos eran las principales preocupaciones reales de los ciudadanos, a pesar de que la televisión insistía en la amenaza del terrorismo una y otra vez. El gobierno de salvación nacional repetía hasta la saciedad lo “gravísima” que era la amenaza para la unidad de España, representada por los territorios del norte con apetencias separatistas alimentadas por la “nueva riqueza” y especulación sobre las últimas reservas de carbón “nacional”

Manuel quiso cambiar de canal aborreciendo tanta manipulación y tanta porquería televisada, pero no había nada que cambiar. Esa era la única cadena televisiva sobreviviente y todos querían ver ya de una vez el partido y olvidarse por fin de cuanto les rodeaba.

Manuel les recordó a sus amigotes que si querían ir a baño tenían que subir a la azotea donde se ubicaba el baño seco colectivo. El tratamiento de aguas residuales había sido suspendido hacia ya varios años y los inodoros se conservaban en las casas casi como objetos de decoración, esperando que algún día se recuperase el servicio, pero el déficit hídrico nacional, y la delicada situación energética no permitían un aporte de agua suficiente como para hacer uso de estas instalaciones.

La mujer de Manuel aprovechó los escasos 30 minutos de agua que se bombeaban dos veces por día para lavar la loza y llenar la garrafa de servicio.

Aún quedaban dos horas enteras de electricidad a cargo de la tarjeta de Manuel y ¡por fin comenzaba el partido!. La “triple champion league” hacia vibrar a España a través de los televisores de unos pocos zulitos, mientras José Luís y sus colegas azechaban al guarda detrás de la alambrada del campo fotovoltaico en la oscura noche.

- Extraído de crisisenergetica.org

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